La desgarradora historia de una mujer carente de suerte e ilusión se instala en Madrid hasta finales de octubre. Guillermo Názara nos acerca su visión sobre Dios contra Eva Eisenberg, una obra reflejo de la deshumanización y superficialidad propias de la sociedad de la que formamos parte.
Hay vidas que nacen para estar muertas. Experiencias vacías o rebosantes de inagotable dolor que se ríen de aquel viejo concepto de que nuestra existencia es un don; idea que al mismo tiempo se mofa de ellas, recordándoles cada momento que la felicidad –aquel iluso sentimiento que la Filosofía ha impuesto como su razón de ser- es una meta inalcanzable, a la que solo se aproximarán cuando la disfruten aquellos que les rodean. El destino es para algunos un brazo paternal que los acompaña en cada obstáculo y protege de toda adversidad; y para otros, una afilada espada que cada minuto los acorrala y los fuerza a creer que la única salida es la rendición.
Cada jueves, la desconsolada Eva Eisenberg aguarda, refugiada entre los muros de El Umbral de la Primavera, a que los visitantes entre en su apartamento para contarles su trágica historia. Una oscura trama que comienza con una infancia marcada por el maltrato y la indiferencia; un lacerante rechazo y desencanto pronto convertidos en inseparables compañeros de viaje.
La desesperación de esta mujer, carente del más mínimo ápice de satisfacción personal, se vuelve ocasionalmente un sentimiento mutuo entre la protagonista y su observador. Un monólogo de más de dos horas en el que cada palabra llega a nuestros oídos como una desoladora punzada. Sin duda, su capacidad de inmersión es innegable; un mérito no solo de su autor, Saúl F. Blanco, sino de la brillante interpretación de Yolanda Vega, dotada de un impresionante realismo que logra que sus espectadores sean presas del tormento y vulnerabilidad que sufre su personaje.
Dios contra Eva Eisenberg seguirá rondando por el bohemio barrio de Lavapiés durante dos semanas más. Para aquellos que defienden que el teatro debería ser un sinónimo de reflexión y alejarse del mero entretenimiento, Madrid acaba de abrirles una gran puerta. Angustia, impotencia, agobio y desconsuelo; tan solo el resumen del voluminoso manojo de emociones que genera esta obra, cuyo único defecto es no poder dejarte indiferente.
Por Guillermo Názara (@MrNazara)