La obra protagonizada por Jaime Reynolds, Fede Rey y Carmen Gutiérrez regresa por segundo año consecutivo al Teatro del Arte. Guillermo Názara nos cuenta su visión sobre esta emotiva producción, en la que el público se encontrará con un reflejo de ellos mismos sobre el escenario.
Dicen que ya todo está inventando. No hay trama lo bastante innovadora; no existe argumento lo suficientemente distinto a sus predecesores. Y sin embargo, son estas historias las que siguen haciendo que nos emocionemos como si fuera la primera vez que nos la cuentan. ¿Amor por lo reiterativo? En absoluto. Simplemente anhelo porque una parte de nosotros se proyecte sobre el escenario; de sentirnos identificados con lo vivido por los personajes. Una magia que solo algunas obras (o producciones) tienen la habilidad para crear; y de la que sin duda Luciérnagas es un ejemplo perfecto.
Una conmovedora ficción que alterna drama y comedia para crear un universo próximo al espectador, con cuyos protagonistas se forma un vínculo de empatía desde el primer momento. Una narración que saca a relucir algunas de nuestras mayores inseguridades; pero sobre todo, nuestro miedo a progresar y a buscar nuestra propia felicidad, a causa del complejo de culpa que tenemos hacia los que hemos querido.
Amable, entrañable y al mismo tiempo desgarradora. Una compleja amalgama de sensaciones transmitidas gracias al magnífico trabajo de un elenco de primera, en el que la estupenda interpretación de Fede Rey brilla con luz propia. Cada sábado y domingo, el Teatro del Arte nos brinda la oportunidad de disfrutar una vez más (porque realmente es para repetir) de Luciérnagas, una obra que te hará descubrir sentimientos que creías olvidados.
Por Guillermo Názara (@MrNazara)