La leyenda de la interpretación irlandesa Gabriel Byrne comparte algo más que su incuestionable talento sobre el escenario durante un período superlimitado antes de derramar su luz y su oscuridad en Broadway. Guillermo Nazara nos habla de esta apasionante obra unipersonal, en la que el aclamado actor revela su inspiradora fuerza a través de las debilidades, anhelos y errores de su vida.
Dicen que los grandes hombres sueñan con vidas ordinarias. Pero los hombres más grandes pueden ser los que ya las tienen, sólo que las hacen resaltar. Ese es, sin duda, el caso de uno de los mejores actores que he tenido el placer de ver -y mucho menos de reseñar-. No hay duda de que Gabriel Byrne ha logrado muchas cosas que la mayoría de la gente sólo puede soñar. Sin embargo, en general, no es más que un tipo sencillo con un corazón sencillo, que anhela lo mismo que todos nosotros: felicidad y realización. Caminando con fantasmas es una historia de guerra, de guerra interior: una búsqueda por comprender el encanto y la fealdad de nuestro propio entorno, y de uno mismo; una confesión de los ángeles y demonios que iluminan y ensombrecen el camino que hacemos y tomamos, y cuya verdadera identidad quizá no desvelemos hasta el epílogo de nuestra propia existencia.
Dirigido por el director estadounidense Lonny Price (entre sus créditos anteriores figuran Sunset Boulevard, Sweeney Todd, Company y ¡Sondheim! The Birthday Concert) a través de un guión escrito por el propio Byrne, el espectáculo nos arrastra bruscamente a su agridulce dramatismo desde el principio. Rodeados por la elegante oscuridad de una escenografía sin complicaciones, pero nunca sencilla, los recuerdos y las emociones de Byrne estallan y se desenvuelven a través de su cautivador discurso y de una elocuencia y magnetismo aún más embriagadores. En un mar de palabras bellamente elegidas con las que juega con maestría (tanto a través de la tinta como de la palabra), su experiencia como narrador y la tuya como espectador se funden en la creación de una especie de nuevo universo especial, en el que todo el entorno (incluido el resto del público) se desvanece para dejaros solos a los dos. El actor ya no estaba allí, pues ha sido sustituido por la figura amable (incluso paternal) de un hombre que se abre a la sabiduría y a las realizaciones de su viaje personal.
Para cualquiera que esté ligeramente familiarizado con las habilidades interpretativas de Byrne, no le sorprenderá que su actuación desprenda, sobre todo, una notable autenticidad. No hay un solo momento en el que esa espontaneidad se desvanezca, ni el mesmerismo de su interpretación. Él y sus supuestos fantasmas conviven en el escenario a través de un mismo canal: él mismo, en un asombroso montaje de personajes cambiantes y escenas pintadas de forma tan creíble que te encontrarás no como espectador, sino como testigo directo de su propia historia. Ese poder de atracción sólo puede provenir de su capacidad de relación, ya que por muy coincidentes que sean tus experiencias con las suyas, cualquiera puede conectar fácilmente con los sentimientos primarios de amor y odio, pasión y asco, frustración e inspiración; y más concretamente, con la necesidad permanente de nuestra propia redención, de aceptar nuestros defectos y perdonarnos en un intento de mejorar. En esta obra, no sólo eres consciente de lo que ocurre, lo sabes porque has estado allí.
Como le dijo una vez Richard Burton al entonces joven actor principiante en una larga noche de copas, la fama no cambia lo que uno es. El Sr. Byrne no es una excepción, sigue siendo ese niño pequeño y vulnerable que una vez huyó de la hostilidad de un mundo del que nunca pidió formar parte, y siempre lo será. Y a través de ese continuo anhelo de la belleza que no ha encontrado en la realidad, seguirá siendo grande a los caprichosos ojos del arte.
Walking with Ghosts se representa en el Apollo Theatre con una duración estrictamente limitada hasta el 17 de septiembre, antes de trasladarse a Broadway. Las entradas para el espectáculo están disponibles en este link.
Por Guillermo Názara