Uno de los clásicos más exitosos de la historia del teatro británico vuelve a escena en una nueva y fresca versión que llega al Rose Theatre de Kingston después de haber estado de gira por todo el Reino Unido. Guillermo Nazara revisa esta versión actualizada de la comedia más popular de Wilde, para que conozcamos lo que nos espera en la casa de locos más querida del Londres victoriano.
Hablar de Oscar Wilde significa hablar de extravagancia, de atrevimiento y de la satisfacción de cada pequeño (o enorme, si eso se acerca más a tu gusto…) antojo de tu cuerpo. Si al leer esto te vienen a la cabeza imágenes inenarrables, déjame que te lo aclare… Parece que estamos en el negocio – porque si hay algo que Wilde hizo como nadie pudo fue desafiar las convenciones sociales. Pero para aquellos que miran hacia otro lado cada vez que alguien hace la más mínima referencia a, llamémosle “lo desconocido” (aunque créanme, lo conocen bien…), déjenme decirles que no hay nada de eso en esta producción. Al fin y al cabo, estamos hablando de una comedia tradicionalista que se burla de las convicciones morales del siglo XIX… y de cómo se las arreglaron para estropearlo todo en un solo espectáculo.
El purismo es a la preservación cultural lo que… Bueno, no necesitamos comparaciones (sí, me has pillado, no encontraba ninguna…). Pero la cuestión es que para que el arte se mantenga vivo, necesita evolucionar, siempre. Es cierto que los mejores escritores son capaces de profundizar en el tejido de las convenciones para apuntar directamente al alma humana con temas universales. Pero por mucho que se alejen de las costumbres actuales, las influencias siempre van a estar y manifestarse ahí, de una forma u otra. Por ello, resulta realmente obvio intentar hacer que las obras antiguas (o ancestrales, no se ofendan) resulten atractivas para el público actual; al fin y al cabo, fueron escritas para espectadores de una época concreta de la Historia. Pero, por lo general, cuando los nuevos directores intentan manipularlas, ocurre lo inevitable: si se trata de un drama, tienden a mantenerlo prácticamente igual; si es una comedia, la vuelven infantil y absurda.
Hay varios elementos en esta producción que apoyan esta última afirmación. Aunque se mantiene el texto y la atmósfera originales (sigue siendo la Inglaterra victoriana), en esta ocasión los sacerdotes y las tías cambian de género (los primeros narrativamente, las segundas, sólo en lo que se refiere a quien se esconde tras el vestido… y el corsé… y la enagua… y el sombrero de plumas…). Además, la inspiración de esta producción no proviene de ningún análisis de escudo en la vida moderna, ni de nada relacionado con el teatro, sino de un programa de televisión de los años 90 conocido por los vergonzosos bailes de Tom Jones interpretados por un rico estudiante de último año de instituto. Sí, eso es exactamente lo que quiero decir, que se han basado en The Fresh Prince of Bel-Air… ¡Y tenían tanta razón en hacerlo!
Por supuesto, esto no es más que una onda que arroja luz sobre todo el planteamiento de la obra, pero es precisamente esa comprensión de la sátira y, en general, el humor intemporal impreso bajo la superficie de una trama aparentemente anticuada lo que hace que el texto cobre vida, dándole la energía y la proximidad de una comedia actual. Con unas cuantas incorporaciones brillantes al reparto (el ganador indiscutible es Daniel Jacob, por su descarada e histérica interpretación de Lady Bracknell), la química y la energía desplegadas en el escenario son más que contagiosas y, aunque algunas interpretaciones podrían beneficiarse de un poco más de soltura (la interpretación de Adele James de Gwendolen es probablemente el caso más evidente, aunque sigue siendo agradable), no hay duda de que, en lo que respecta a la dirección y la interpretación, esta versión funciona casi a la perfección.
Presentada con un diseño bastante detallado por Lily Arnold, la ambientación inicial consigue transportarnos al universo de la obra de una manera muy brillante, derrochando ingenio y estética en las ideas, pero lamentablemente no consigue hacer lo mismo cuando se trata de las siguientes escenas, ya que el espacio no es tan versátil como sería necesario para transformarse en otros ambientes. Lo mismo podría decirse de algunas transiciones, que de vez en cuando parecen demasiado largas, aunque el ritmo está en general muy bien suspendido y, lo que es más importante, el interés por el espectáculo no deja de aumentar.
El arte es un campo de riesgos y peligros por su propia naturaleza, y con los riesgos sólo puede llegar el triunfo o el fracaso. No hace falta especificar cuál de los dos ha conseguido éste. Con casi toda la sala en pie desde el comienzo del telón, el largo (largo, largo, largo) viaje a Kingston podría valer la pena después de todo. Y para aquellos que temen que su obra favorita sea destruida por los revolucionarios del teatro, pueden estar seguros de que no tienen que preocuparse por nada. Tanto si te gusta lo clásico como lo moderno, aquí hay sitio para todos.
The Importance of Being Earnest se representa en el Kingston’s Rose Theatre de Londres hasta el 12 de noviembre. Las entradas están disponibles en este link.
Por Guillermo Názara