El encanto de la Era del Jazz sobrevuela el Atlántico para llevar la locura y la seducción de los locos años 20 a las calles de Londres. Guillermo Názara repasa esta nueva adaptación en vivo de uno de los grandes clásicos norteamericanos, para contarnos qué clase de locuras aguardan en el interior de la mansión del millonario más excéntrico de Long Island.
“Oh, quieres demasiado”. Es curioso lo acertado que puede ser el viejo dicho de que “la vida imita al arte”, incluso cuando se trata de los fantasmas de personajes de ficción que te persiguen desde más allá de la página. Sí, soy exigente, y cuando hay algo que no me gusta, lo digo. Y eso no me convierte en una persona desagradable o demasiado crítica. Me convierte en una zorra, pero eso no se puede tratar – no es que yo quiera… De todos modos, a pesar de que mis amigos (sí, para tu sorpresa, tengo unos cuantos) suelen señalar lo estirado que puedo ser a veces (no es una broma barata intencionada), no es menos cierto que los detalles son importantes, incluso cruciales, para el éxito de cualquier cosa – y mucho menos de un espectáculo, y más en ese asunto, uno inmersivo.
Con grandes créditos a sus espaldas, incluida la experiencia de Dr. Who: Time Fracture, las expectativas de llevar la “gran novela americana” (a falta de un sinónimo mejor) a una representación circundante son mucho mayores, teniendo en cuenta que ya estamos hablando de una historia que se desarrolla en el extravagante ambiente de la América de los nuevos ricos de los años veinte. De hecho, el espectáculo se monta en el mismo lugar en el que vivió su predecesor de ciencia ficción: un edificio bastante enorme en el corazón del barrio más opulento de Londres, con muchas posibilidades y un ambiente ya preestablecido del que nutrirse. Subiendo las escaleras de mármol de su entrada, una cortina nos separa del mundo exterior y del que se supone que formaremos parte durante unas horas. Prohibido hacer fotos, utilizar el móvil, beber en exceso (¿por qué? !!!!!)… Ya hemos dicho lo que teníamos que decir, es hora de unirse a la diversión. Se abre el telón….
Bienvenidos al gran salón de la mansión Gatsby. Aunque lamentablemente no es tan grandioso como nos hubiera gustado. Un vasto espacio abierto se despliega ante nuestros ojos. Hay música, hay un bar, hay algo de art deco para crear la sensación…. Pero no hay excesos. ¿Dónde está la suntuosidad, dónde están las lámparas de araña? ¿Dónde está el insultante gusto extravagante asociado con los que vienen de dinero nuevo? Realmente no está ahí. La conjetura habitual aparece en tu cabeza: “Quizá sea una especie de preshow y la verdadera tematización aguarde detrás”. Tal vez es un término deseable, pero también preciso. Por suerte, después de la primera sala hay más cosas, y en ellas se ha prestado la atención necesaria para que la experiencia sea absorbente (al fin y al cabo, eso es lo que significa inmersivo). Pero lo más sorprendente es que no es ahí donde pasará la mayor parte del tiempo.

Uno sólo puede entrar en su dramatismo (como si alguna vez lo apagara) y preguntar a los dioses del teatro “por qué” mientras llora y se arranca el pelo…. Puede que esté exagerando… vale, hagamos lo del pelo entonces… Mirándolo con ojos más racionales y poniéndome el sombrero de productor, la pregunta sigue siendo: ¿por qué gastar tanto presupuesto y esfuerzo en partes que la gente no va a probar durante más de 5 minutos, pero mantenerlo tan simple en un espacio que van a utilizar durante hora y media? Sí, renactúan en él algunas otras escenas que ocurren en exteriores y demás, pero si algo tiene de grandioso la escenografía es que nos permite transportarnos a un océano de aventuras permaneciendo en el mismo suelo, sólo hay que ser lo suficientemente imaginativo a la hora de explorar sus posibilidades. Por desgracia, todo esto parece demasiado vacío.
Sin embargo, la obra tiene algo de salvable, ya que ha sido bendecida con un reparto bastante competente (incluso brillante) y lo suficientemente hábil como para, en varias ocasiones, dar realmente la sensación de que uno es un elemento clave de la historia, a veces interactuando con uno de las maneras más inesperadas (aunque naturales y, por tanto, dignas de elogio). Sin embargo, este gran atributo también se ve ensombrecido por una estructuración incorrecta de la narración, un problema que afecta sobre todo al segundo acto, cuando la representación se vuelve demasiado lineal y más cercana a los estilos del teatro de proscenio habitual. Durante gran parte de la conclusión de la trama, uno se ve relegado a ser de nuevo un mero espectador. Y cuando nos referimos no sólo a un género en el que eso es lo que hay que evitar, sino a un relato con tantas posibilidades emocionantes para hacerlo saltar de las ataduras de la ficción tradicional, eso es un fallo importante.
Con el potencial tanto de sus creadores como de sus actores, El Gran Gatsby tiene las herramientas para darle la vuelta al lugar y dotarlo del lujoso encanto que se merece, tanto en lo que se refiere al aspecto como a los recursos narrativos. Ahora que el espectáculo vuela a Nueva York, los productores pueden aprovechar este tiempo para reconsiderar cómo rendir un justo homenaje a una obra que vuelve a casa – y hacer plena justicia a una obra en la que menos nunca significa más.
Todas las imágenes son obra de Kay Lockett.
The Great Gatsby Immersive Play se representará hasta el 7 de enero en la Mansión Gatsby, en el barrio londinense de Bond Street. Las entradas están disponibles en este link.