
Los Teatros del Canal acogen la primera producción nacional de la célebre obra de Martin McDonagh, con un reparto formado por Ricardo Gómez, Belén Cuesta, Juan Codina y Manuela Paso y bajo la dirección de David Serrano. Guillermo Názara nos cuenta su visión sobre este desolador montaje, que podrá verse hasta finales de mes en la Sala Verde.
Había una vez una actriz que lloraba desconsoladamente sobre el escenario. Ante ella, se erguía un universo hostil y macabro, un mundo de sombras en el que el miedo y la tiranía se habían vuelto sinónimos de justicia. Lo cierto es que el relato era aterrador: daba vida a una escritora de cuentos lúgubres y violentos, cuyas tramas criminales habían sido reproducidas en la vida real, sobre varios niños indefensos. ¿Culpable o una víctima más en ese sádico juego? Eso apenas importaba ya. El público ya tenía suficiente para emitir su veredicto: estaban atrapados por la obra.
Era como si de pronto aquella representación se hubiese convertido en una especie de ventana hacia una realidad paralela. Cualquier espectador era consciente de que lo que estaba viendo era ficción. Pero de algún modo, todo parecía tan auténtico, y a su vez tan poderoso. El arte de la seducción, o la seducción del arte… Cada palabra, cada momento escondían una fuerza que impactaba estruendosamente sobre los sentidos de quien observaba. La estética de aquel panorama era tétrica. Y sin embargo, tras su siniestro velo aguardaba una belleza tenebrosa, escondida en las sorpresas de una brillante puesta en escena, en la que a menudo se juntaban los lados más inocentes y retorcidos del alma humana.
Había alguien más en aquel sórdido lugar… Un muchacho con la mirada perdida, aspecto desaliñado y gestos bruscos. Para quienes interrogaban a la escritora, “un retrasado”; para ella, simplemente su hermano; para quien observaba desde la oscuridad, una desgarradora interpretación de un actor llamado Ricardo Gómez… Los secretos más inconfesables se desataban en una tempestad de palabras, un profundo y vehemente diálogo con el que ambos intérpretes sacaban a relucir no solo la complejidad de sus personajes, sino también la cara más amarga de nuestra propia naturaleza. Algo similar ocurría cuando sus dos otros compañeros de reparto, dos policías fríos y autoritarios, entraban en escena, artífices de una tensión palpable hasta en la última fila del patio de butacas.
Aquel silencio sepulcral, que había invadido el recinto desde el primer momento, se vio finalmente interrumpido por un estruendoso aplauso. Tan solo hizo falta una segunda llamada para que más de la mitad de la sala se pusiera en pie, inundando el teatro con una generalizada ovación. No era para menos. El Hombre Almohada era una de esos raros textos que consiguen apoderarse de quien se atreve a descubrirlos, apresándolos ferozmente hasta el último segundo. Una visión trágica, dolorosa e incluso espeluznante. Y sin embargo, una de las obras con más atractivo y hechizo de toda la temporada.
El Hombre Almohada se representará hasta el 20 de junio en la Sala Verde de los Teatros del Canal. Las entradas están disponibles en el siguiente link.
Por Guillermo Názara